La historia y el misterio siempre han ido cogidos de la mano. Desde los albores de los tiempos hemos intentado desentrañar todo aquello que se ha quedado en el tintero de lo inacabado por algún motivo, sin tener en todos los casos el mismo éxito. Quizás sea en gran medida provocado por lo mismos que han escrito la historia. Por aquellos que de alguna manera han querido maquillar el resultado de sus acciones, transformando todos aquellos sucesos que podían contradecir sus codiciados derechos y su providencial presencia salvadora. También existen momentos de la historia que por alguna otra razón, como la de no ser políticamente rentable o moralmente aceptable, han quedado relegados a un segundo plano, sufriendo el más profundo de los olvidos, escritos en legajos abandonados al polvo y al destino en cualquier oscuro archivo de biblioteca. En otras ocasiones es precisamente la falta de información la que nos hace dar palos de ciego continuamente, introduciéndonos en laberintos sin salida, llegando a calles cortadas o conduciéndonos hacia cruces de caminos con numerosas salidas, tornándose en misterio el desenlace de la historia que estamos investigando.
Sea como fuere, nuestra historia está llena de misteriosos y apasionantes enigmas, sin los cuales creo que la vida sería mucho más aburrida. En este blog intentaré mostrar algunos de los enigmas de la historia que más me han llamado la atención. Espero que lo disfruten.

miércoles, 25 de enero de 2012

Nicolas Flamel, la Alquimia y el enigma de la inmortalidad

Nicolas Flamel (Pontoise 1330 - París 1415?) fue un personaje histórico que vivió en el París del siglo XIV en el barrio de Saint-Jacques-la-Boucherie, denominado así por la iglesia del mismo nombre. La vida de este personaje es una metáfora perfecta de la búsqueda alquímica como algo más que el simple hecho de la transformación de metales; es el sentido más profundo de la transformación interior. Para los que no conozcan la Alquimia, vamos a intentar explicar un poco de esta pseudociencia a grandes rasgos.

La Alquimia fue un arte hermético extendido en el medievo -aunque su origen lo tenemos que buscar en Egipto y Grecia, y gracias a los árabes fue introducido en Europa-, cuya búsqueda fundamental era la de la transmutación de los metales -en su caso más normal era la transformación de metales viles en metales preciosos- y constituía a la vez una búsqueda experimental y espiritual, una especie de ciencia-religión-filosofía que reunía todas las características posibles para mezclar realidad y leyenda de una forma casi natural. De esta forma, el que practicaba alquimia debía estar "iniciado", término que en esta época evocaba a los más recónditos escondites de nuestra mente-alma. Los procedimientos alquímicos llevaban acarreados unas cargas simbólicas que el "iniciado" debía comprender antes de ponerlos en práctica.

La Alquimia se basaba en la creencia de que toda sustancia material está formada por los cuatro elementos -tierra, agua, aire y fuego- y dos principios básicos: azufre y mercurio. El alquimista debía experimentar con la materia de cuatro formas: licuarla, evaporar el agua superflua, separar los dos principios básicos y purificarlos. Para poder encontrar La Piedra Filosofal -que era lo que los alquimistas llamaban al proceso de convertir el metal vil en oro- era harto necesario la utilización del propio oro en pequeñas cantidades, así que inevitablemente muchos de los alquímicos no pudieron encontrar otra cosa que ruina y miseria. Así mismo, proliferaban por toda Europa numerosos timadores que intentaban engañar a sus víctimas a través de la sugestión y de numerosos trucos, con tal de convencer a las personas que eran los sabedores del arcano que encerraba la Alquimia. De esta forma más uno desplumó a ingenuos nobles y reyes que caían en los brazos de los más resabiados prestidigitadores medievales.
Nicolás Flamel fue escribano público, copista y librero jurado. El oficio de copista lo heredó de su padre, que había sido sofer -escriba judío que transcribe la Torá entre otros textos- antes de su conversión forzada al cristianismo. Nicolás comprendía de manera correcta el latín y el hebreo, y por sus manos pasaban gran cantidad de obras y textos para su copia y transcripción. El escribano tenía un pequeño puesto a los pies de la iglesia de Saint-Jaques-la-Boucherie, aunque posteriormente se mudó. Su vida pasaba desapercibida en París, una época tumultuosa por culpa de la guerra de los cien años. Toda su vida está perfectamente documentada. Se casó con Pernelle, una viuda parisina un poco mayor que él poseedora de una pequeña propiedad.

La vida de Nicolas Flamel cambió radicalmente cuando una noche -según cuenta un libro atribuido a él llamado Libro de las figuras jeroglíficas (1399)- se le aparece un ángel mostrándole un libro. El ángel le dijo: "Mira bien este libro Nicolás, un día serás su poseedor y te enfrentarás al poderoso arcano que se oculta entre sus páginas. No permitas que las dificultades te impidan ver la luz porque, si las vences, tendrás en sus manos la clave que te permitirá desvelar un secreto por el que muchos han dado la vida". Sin embargo, al intentar cogerlo, la imagen del ángel con el libro despareció de la estancia, dejando al escribano con la duda de si lo que vio fue real o pura imaginación suya.
Pasado un tiempo, entre 1355-1357, gracias a los designios del destino que seguirán a Nicolás el resto de su vida, apareció en su tienda un desconocido que necesitaba dinero con el libro que el escribano vio en la aparición. Sin dudarlo un momento Flamel se hizo con el ejemplar, sin regatear ni por un instante, pagando 2 florines por él. Tenía una tapa de cobre bien encuadernada, sus hojas no estaban hechas de papel ni pergamino, sino de corteza de arbusto, y parecía bastante antiguo. Dentro había grabados y diagramas que no llegaba a entender. Lo firmaba un tal Abraham el judío. Desde ese momento y durante 21 años Nicolás Flamel y su inseparable y animadora esposa Pernelle, que a la postre fue una ayuda inestimable, estuvieron intentando descifrar el contenido del libro, dedicando horas y horas de arduo e infructuoso trabajo, a la postre en vano, ya que no llegaron al descifrado de sus páginas. Después de haber conversado con los alquimistas más famosos de París, no llegaron a resolver el enigma de sus símbolos.
A pesar de todo, Nicolás Flamel tenía la suficiente fuerza y sabiduría para no decaer en el intento ya que sentía que el significado del libro iba más allá de un conocimiento puramente científico. El libro había sido escrito por un judío y parte de su texto estaba escrito en hebreo antiguo. Los judíos habían sido recientemente expulsados de Francia por la persecución y muchas de ellos habían emigrado a España. En ciudades como Málaga y Granada, bajo el dominio más iluminado de los árabes, vivían comunidades prósperas de judíos y sinagogas florecientes, en las que académicos y doctores fueron criados. El escribano pensó que en España podría encontrar algunos eruditos cabalistas capaces de ayudarle. No obstante, por aquel entonces, las mejores traducciones de Griego antiguo se hacían en las universidades españolas. Así que Nicolás Flamel decidió viajar a España para intentar ponerse en contacto con eruditos y cabalistas y descubrir de una vez el significado del libro de Abraham. En aquel tiempo viajar se tornaba difícil, lo más seguro era viajar con una fuerte escolta, cosa complicada para un viajero solitario. Con lo que el copista decidió realizar el Camino de Santiago de Compostela, patrón de su parroquia, para poder viajar a España y no levantar sospechas entre sus vecinos y amigos sobre su viaje. Se puso el traje de peregrino, la concha en el sombrero y en la mano la vara de avellano para ayudar a su paso y dar cierta sensación de seguridad para esos parajes que debía de atravesar. La única persona que sabía de sus planes era su fiel esposa y compañera del secreto Perenelle. Para no viajar con el valioso manuscrito decidió llevar algunas páginas copiadas en el pequeño equipaje que siempre acompaña a un peregrino.

Nicolás Flamel llegó a Santiago y posteriormente estuvo vagando por España, poniéndose en contacto con diferentes judíos, aunque tuvo que hacerlo de manera discreta, ya que los judíos estaban vigilados en aquella época, más aún los que habían venido de Francia. Además, no tenía mucho tiempo, su mujer le esperaba y su negocio lo llevaban sus ayudantes, aparte de ser un hombre de más de 50 años realizando por primera vez un viaje. Todo esto en el siglo XIV era una auténtica aventura que no estaba fuera de peligros.

Nuevamente el destino quiso ponerse de cara a Nicolás, que ya desalentado por no haber encontrado respuesta a su ya longevo enigma, tuvo que empezar su regreso a tierras francesas. Decidió descasar una noche en León y fue a cenar a una posada donde conoció a un comerciante francés de Boulogne, que estaba de viaje de negocios. Al copista le dio confianza este comerciante así que le confesó su búsqueda y gracias de nuevo a una afortunada casualidad este francés le confiesa que mantiene relaciones con un tal Maestro Canches, un anciano médico de ascendencia judía, erudito conocedor del arte hermético y gran maestro de La Cábala. En un principio Canches y Flamel son un poco reticentes entre ellos, pero el escribano ve que al hablar de Abraham el judío -supuesto autor del libro-, al anciano se le iluminan los ojos. El Maestro Canches le confirma a Flamel el conocimiento de Abraham el judío como filósofo, pensador, astrólogo... y que el manuscrito contiene símbolos pertenecientes a la Cábala, pero solo con los legajos que lleva el copista es imposible descifrar el misterio que guarda en su interior. Así que deciden volver juntos a Francia para estudiar su contenido.
Desgraciadamente para Canches, el viaje fue demasiado duro para su edad y en Orleans cayó enfermo, para morir siete días después, a pesar de las atenciones de Flamel. El escribano siguió con tristeza su camino, pero con la inquietud de las enseñanzas que le había mostrado el maestro de La Cábala. Tenía fe de encontrar una solución a su gran misterio. No estaba lejos de la verdad...
Al llegar a su casa en París, reencontrarse con su mujer y ver que el manuscrito estaba sano y salvo, continuó con sus labores de descifrado. Algo había cambiado dentro de él. Después de esa aventura vivida, parecía que Flamel estaba empezando a ser iluminado. Lo que le enseñó el Maestro Canches no era suficiente para la resolución del enigma, pero el viaje le había iniciado en unos conocimientos que hasta ahora no había tocado. Tras tres años de continuos intentos, en 1382, junto con su esposa, logró la transmutación de mercurio en plata. Pocos meses después descubren la Piedra Filosofal y transforman cierta cantidad de mercurio en oro puro. Y en esta búsqueda de tantos años, algo se transforma también para Flamel y Pernelle, quizás estemos hablando de sus almas.

A partir de ese momento, los Flamel decidieron seguir llevando la misma vida de siempre, sin embargo, utilizaron ese oro para fundar catorce hospitales, siete iglesias y tres capillas. En este sentido vemos que los Flamel siguieron el auténtico sentido del alquimista, que requiere verdaderamente una transformación interior, una muerte y resurrección y de que en el alma en el que habita el arcano habita la luz de la caridad. Por eso Nicolás Flamel fue elegido, porque solo él podía conocer esta verdad. En 1407 se hizo construir una casa en el 51 de la rue de Montmorenci, todavía en pie, se considera la casa más antigua de París.
El matrimonio fallece entre 1410 y 1415 y son enterrados en el cementerio de la iglesia de su barrio, aunque un tiempo después, en el intento de exhumación se vio que las tumbas de Nicolás y Pernelle estaban vacías -seguramente por la fama de estos y el intento anterior de algún desalmado de encontrar la Piedra Filosofal entre las pertenencias del muerto-. Esto fomentó aún más la leyenda de la supuesta inmortalidad del matrimonio gracias a sus conocimientos alquímicos. Son muchos los que han intentado buscar en su casa y el la tumba alguna pista del secreto, saqueando sin escrúpulos cualquier estancia donde el copista pasó algún tiempo, sin éxito alguno.

En el siglo XVII un arqueólogo llamado Paul Lucas es enviado a Turquía y allí le hablan de Nicolas Flamel y su esposa Pernelle. También hay noticias de ellos en la India, sobre el año 1830. De hecho, algunas personas han creído ver en Fulcanelli, el adepto desconocido autor de "El Misterio de las Catedrales" y "Las moradas filosofales" a Flamel aún vivo en el siglo XX.
Su lápida, ricamente grabada, se conserva en el museo de Cluny.

Un enigma maravilloso...

No hay comentarios:

Publicar un comentario